32.
La pantalla del televisor eran hormigas negras peleando contra hormigas blancas.
El ruido del aparato complementaba la escena: un cuarto oscuro, un sillón vacío, un televisor proyectando sombras detrás del sillón.
A la altura de la mesa del comedor, Carolina está de pié hablando por teléfono:
- Eso es todo...
Los ojos de Carolina están rojos y tiene la voz entrecortada. Habla con cuidado para no despertar a sus padres, pero no se molesta en apagar el televisor o en volver a conectar la antena.
Toma un vaso de agua y luego lo deja.
- No. Ya te dije que no lo volveré a ver...
Camina hasta la cocina.
- No me dio explicaciones, nada más me dijo lo que ya te conté.
Carolina, cuando pasa por el baño, se mira los ojos en el espejo que logra reflejar su imagen desde el corredor. Nota sus pronunciadas ojeras y luego lo deja.
Trata de llegar al refrigerador, pero el cable del teléfono se lo impide.
- No sé cómo he podido ser tan cojuda...
Se queda en la cocina a oscuras. Se apoya de espaldas en la pared de mayólica fría. La única luz en toda la casa es la del televisor con la antena desconectada. Carolina contempla la sala.
- No es cuestión de olvidarlo... -murmura.
Ni un sólo movimiento. Sólo el ruido del televisor y la voz de su amiga saliendo del teléfono. No dice ni una sola palabra hasta que su amiga le pregunta:
- ¿Y Renato?
- Él ya no cuenta.
- ¿Por qué?
- Terminé con él hace dos semanas.
Carolina vuelve al comedor, bebe de un sorbo el agua que quedaba y empieza a jugar con el vaso de vidrio encima de la mesa.
Después de un rato, decide dejarlo.
- Es mejor que te vayas a dormir -dice su amiga.
- Sí, ahorita me duermo.
Cuelgan.
En media hora, Carolina ha prendido todas las luces de su casa y se ha comido todo lo que había en su pequeña refrigeradora amarilla.
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